Cuestión de educación y de valores éticos (Marilú Martens)



Cuestión de educación y de valores éticos (Marilú Martens)

"Creo firmemente que la mejor manera de desterrar la discriminación nociva es desterrando estos prejuicios de nuestras mentes a través de la educación". Vivimos tiempos de política y debates polémicos, donde -como debe ser en democracia- tenemos desacuerdos y a veces olvidamos que tenemos importantes coincidencias. Estas coincidencias son las que nos permitirán construir un camino exitoso que nos lleve por la senda del progreso y el desarrollo en una sociedad moderna. Por eso, si no trabajamos en construir un camino sobre un suelo común, sólido en valores éticos, nos atollaremos mientras discutimos.

Como maestra, intentaba que, si alguna lección quedara con mis alumnos para siempre, fuera sobre la importancia de una "base sólida de valores" (ellos así lo recordarán). Quiero compartir cómo cuatro valores nos han permitido avanzar, a pesar del difícil y largo camino hacia una mejor educación, con la esperanza de que podamos construir esta base para todo el país.

Presencié cómo la solidaridad nos permitió dar algunos de los pasos más difíciles. Sabemos que los trabajos en educación pública y en la gestión pública implican sacrificios, pero es más grande la satisfacción que sentimos por servir en el desarrollo de los demás. Al decidir si aceptar el cargo de ministra, por ejemplo, en familia consideramos los costos injustos asociados a la exposición política y los asumimos porque pesa más la oportunidad de trabajar para mejorar la condición de vida de las niñas, niños y jóvenes del Perú a través de una mejor educación pública. La solidaridad nos hace actuar con perseverancia y firmeza por el bien de los demás. Gobernar solidariamente, por ejemplo, es comprender que la gobernabilidad del país está por encima de los beneficios políticos con el fin de elevar la calidad de la educación de los peruanos.

Pero de poco servirá que extendamos nuestra solidaridad a cada rincón del país, si en el camino decidimos que algunos la merecen más que otros, sea por su condición social, su color de piel o su género. La no discriminación es esencial porque permitirá que mientras avancemos, ningún peruano se quede atrás y que, por el contrario, se sume a abrir la trocha que debemos recorrer.

Fui parte de un Gabinete en el que los cargos ministeriales estaban repartidos entre mujeres y hombres. Sin embargo, en el país existen grandes diferencias entre los puestos que ocupan mujeres y hombres, entre los salarios que ganan cuando ocupan los mismos puestos o entre los grados de violencia que sufren a manos del sexo opuesto. Debemos darnos cuenta de que esa discriminación tiene origen en prejuicios subconscientes que albergamos sobre cuáles son las capacidades, roles o atributos que alguien debe cumplir solo por ser hombre o mujer, o por su color de piel. Creo firmemente que la mejor manera de desterrar la discriminación nociva es desterrando estos prejuicios de nuestras mentes a través de la educación. Un andar honesto requiere que entre nosotros nos veamos y valoremos por cómo somos cada uno y no por cómo juzgamos que es un género o una raza.

Mientras vamos asentando el suelo con ladrillos y valores, y avanzando en la senda, requerimos de orden y coordinación para calzar los cimientos y no tropezar, siempre con respeto. El principio de legalidad, las reglas, son justamente las herramientas que nos organizan y ordenan. Sin duda, estas siempre son perfectibles y por ello, en democracia, contemplan los mecanismos para su perfección. Entender que la ley existe para que podamos vivir mejor en sociedad, nos alienta a cumplirla. Por ejemplo, aunque en la práctica las interpelaciones ministeriales sirvan como escenario para ataques y confrontaciones políticas, el verdadero espíritu del mecanismo es el de la rendición de cuentas del Ejecutivo ante el pueblo que -para bien o para mal- es representado por el Parlamento. El respeto a las reglas democráticas da la fortaleza a un ministro de enviar su mensaje al país, aunque lo que vea inmediatamente en frente no sea lo esperado. Las reglas están para guiar nuestro andar, valorémoslas y respetémoslas, y exijamos que nuestras autoridades lo hagan también.

Y, por último, cuando estemos cansados de pavimentar este largo camino y aparezca entre los arbustos un atajo seductor, recordemos que no escogimos nuestro camino por la facilidad sino por la seguridad al andar y démosle lealtad. De poco servirán decisiones en principios, si las revertimos cuando se nos ofrece un camino más fácil. La lealtad a los valores que arriba describo permitió que el Ministerio de Educación ande siempre por el camino sólido, aunque este estuviera plagado de piedras, piquetes y agravios, y la ruta alterna tuviera solo ramos y aplausos. Esta lealtad permitirá que, como país, hasta en los momentos más difíciles, sigamos avanzando juntos por nuestra reforma educativa.

La solidaridad, la no discriminación, la legalidad y la lealtad convierten el camino correcto en el único camino. Desde donde nos toque estar a cada uno en los años por venir, le debemos a nuestro país y a las generaciones venideras un suelo firme para andar. Asegurémonos todos de que pongamos el ladrillo que nos toca e invitemos a los que nos rodean a hacerlo también. Procuremos que las niñas, niños y jóvenes del Perú caminen sobre un país de estructuras que no flaqueen ante un próximo temblor y que nuestro actuar hoy no sea digno del reproche de mañana, sino solo de su gratitud.





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