Una crisis educativa silenciosa y desigual. Y las semillas para su solución (Jaime Saavedra Chanduví)



Una crisis educativa silenciosa y desigual. Y las semillas para su solución (Jaime Saavedra Chanduví)
Una niña de 6to grado está sentada en una cómoda silla frente a su computador participando en una clase a través de Zoom. Sus 15 compañeros de aula están todos conectados. Dado el confinamiento inducido por la pandemia, sus padres están en su mayoría trabajando remotamente, y supervisando lo que están haciendo con su profesor. Ella acaba de recibir una nueva tablet, que le permite tener también un libro digital abierto en otra pantalla y está utilizando además los nuevos audífonos que le acaban de comprar. Ella es tímida, y se siente cómoda haciendo preguntas a través del chat. Esta forma de interactuar encaja con su personalidad, y está disfrutando de la clase. A veces, demasiadas horas en Zoom se hacen pesadas y a pesar que trata de prestar atención termina desconectándose mentalmente.

A unos pocos kilómetros, un niño se turna con sus cuatro hermanos para ver una hora de programación de TV para 6to grado en los canales educativos de televisión pública recientemente lanzados. Su maestro le envía tareas por WhatsApp, pero sólo las puede ver por la noche en el teléfono inteligente de su madre. Ella está fuera la mayor parte del tiempo trabajando y debe llevarse el teléfono. Su profesor vino a su casa hace unas semanas y le dio un libro de texto y un libro de ejercicios nuevos. Eso fue genial, ya que no hay otro material de lectura en casa. Hace muchos meses que no ve a la mayoría de sus compañeros. Su maestro tampoco no ha sido capaz de ponerse en contacto con varios de sus compañeros de clase durante mucho tiempo. Le preocupa que será de ellos. Estas experiencias dramáticamente distintas - y muchos tonos de gris en el medio, se observan en países tan diversos como Indonesia, Kenia o Colombia. Algunos sistemas educativos y familias pudieron hacer frente a la nueva situación generada por el cierre de escuelas, pero no la mayoría. Lo vivido el 2020 ha sido una experiencia que marcará a niños y jóvenes por toda la vida. Y la -distinta- experiencia educativa que vivieron, durante muchos meses, tendrá un impacto en sus habilidades, productividad y perspectivas económicos toda la vida.

Esta pandemia ha generado un sufrimiento de una escala impensable. Es la peor crisis económica, sanitaria y social de los últimos 100 años. Pero este sufrimiento ha sido tremendamente desigual. Quizás no debería sorprender dado el creciente nivel de desigualdad que ya estábamos presenciando. Este es un sufrimiento desigual que invade muchos aspectos de la vida humana. Por ejemplo, la probabilidad de no recibir un tratamiento adecuado y por ende, de morir, es mayor para los pobres. Los trabajadores con menores calificaciones tienen más probabilidades de estar desempleados y menores opciones de teletrabajo. Las opciones de trabajo han disminuido proporcionalmente más para las mujeres.

Y las oportunidades educativas también han sido afectadas, y de una manera dramáticamente desigual. La mayoría de países han hecho esfuerzos heroicos para implementar estrategias de aprendizaje a distancia. Pero la calidad y la eficacia de estas estrategias han sido bajas y muy heteregéneas entre y al interior de los países. Una encuesta de las respuestas gubernamentales al COVID-19 realizada por UNICEF, UNESCO y el Banco Mundial muestra que sólo en la mitad de países existe un monitoreo cercano del uso del aprendizaje remoto. Y en esos casos, menos de la mitad de la población estudiantil ha hecho uso efectivo del aprendizaje a distancia.








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