En la educación privada hay una diversidad de colegios que abarcan desde aquellos que son muy serios, dedicados, profesionales y hacen su mejor esfuerzo por acoger y acompañar a los alumnos a lo largo del camino, y aquellos cuyos profesores solo están interesados en cumplir con lo mínimo necesario para justificar su cheque mensual o la rentabilidad para los promotores.
Sin embargo, los padres que inscriben a sus hijos en un colegio privado saben a qué atenerse (si realmente se interesan). Basta observar su propuesta pedagógica, régimen económico y consultar con padres que ya tienen hijos allí. Culpar al colegio por ser como es no resuelve el problema de los padres que lo escogieron conscientemente.
Por otro lado, sistemáticamente se observa hostilidad contra los colegios privados que ponen en un mismo paquete a todos por igual: el Minedu se esfuerza por desprestigiarlos para levantar la escuela pública y con ello justificar su rol como proveedor estatal; padres que se sienten apremiados por los pagos de pensiones, matriculas, útiles y que reaccionan denigrando las intenciones de los colegios (estafadores, solo les interesa el negocio); padres que se quejan que colegios que cobran pensiones que no están a su alcance engañan con sus pretensiones de ser innovadores o vanguardistas; los medios, para quienes las noticias sobre quejas de padres venden más que las que rescatan lo valioso del mundo educativo privado.
¿Quién rescata el valor de la escuela privada seria de calidad? Tendríamos que concluir quizá que la escuela privada es el depositario del masoquismo colectivo de las familias de dos millones y medio de alumnos que asisten a esos colegios, que sufren la esquizofrenia de matricularlos en ellos porque los consideran su mejor opción, pero a la vez los denigran como expresión de su insatisfacción.
No parece ser la fórmula más honesta y eficaz de visualizar entre los padres la diversidad de opciones entre las cuales escogen la que es más coherente con su visión educativa y capacidad económica, ni de animar a los colegios a que sigan adelante con sus proyectos de innovación. Más honesto sería deslindar entre los colegios serios y los que no lo son, en lugar de estereotiparlos a todos como opciones nacidas para maltratar a los padres. Esa generalización maltratadora no es ética ni aporta al valor cívico de respetar las diferencias, no solo entre personas sino entre instituciones.
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