Cada vez que me entrevista un medio peruano y me pregunta qué se puede hacer para cerrar las brechas educativas entre peruanos y mejorar la calidad educativa de todos, el primer pantallazo mental que me aparece es uno que dice "no hay nada que hacer"; la inercia y falta de visión y ambición de nuestros gobernantes, gobierno tras gobierno, no tienen remedio. Su temor al cambio, el sesgo a mirar siempre "a los que hacen las cosas mal" en vez de usar hacerlo hacia "los que hacen las cosas bien"; su incapacidad para pivotear las reformas sobre la base del potencial de las experiencias exitosas existentes, bloquean los cambios cruciales. Cuando un sistema educativo solo piensa en ser un salvavidas populista de lo existente en vez de ser un promotor de los grandes saltos hacia adelante, no cabe más que la resignación y lamentación.
Pero luego me gana la esperanza y el optimismo sin los cuales los educadores no podríamos respirar, y eso me lleva a plantear algunas orientaciones de modo que al menos quienes se están preguntando si el panorama pudiera ser distinto tengan algunas opciones para imaginarlo. Eso es lo que trato de comunicar a través de los medios. Claro que hay una enorme fila de objetantes que dirán ¿tú quién eres para descalificar lo que hacen los gobiernos? A ellos solo puedo responder que la única autoridad que tengo es la experiencia exitosa de los emprendimientos educativos en los que he estado involucrado y el capital cultural educativo que he acumulado en el tiempo. Por lo demás, nadie tiene por qué hacerme caso. Podría escribir estas cosas inclusive a manera de un diario personal, aunque lo hago público, para que al menos yo pueda releerlo de vez en cuando y no perder en el camino la esperanza ni renunciar a mis ideales.
¿Qué cosas imagino como posibles y altamente productivas? Veamos algunas.
Primero, en vez de hacer diagnósticos de la educación peruana partiendo del pasado pensando en cómo retocarlo o rellenarlo para corregirlo, partir del futuro al que aspiramos a llegar y desde allí preguntarnos qué hacer hoy para llegar a esa meta. La matriz de datos y objetivos que sale es totalmente distinta.
Segundo, desestandarizar la educación, aunque eso desespere a aquellos economistas, sociólogos y otros profesionales que viven de indicadores numéricos y olvidan que detrás de cada número hay una persona que tiene que ser incluida y atendida de manera personalizada. ¿Tiene sentido realmente pensar que los 8 millones de alumnos de la educación básica son iguales, vienen de similares condiciones de partida, aprenden igual, requieren los mismos estímulos, tiempos y enfoques para aprender, pueden ser evaluados de la misma manera para alcanzar un "perfil del egresado" que solo existe en la ficción de los diseñadores del currículo?
Bastaría preguntarle a un padre o madre de familia que tiene 3 hijos si todos son iguales, aprenden igual, se comportan igual, piensan igual, aprenden igual, les interesa lo mismo. Ahora multiplíquenlo por 3 millones. ¿Tiene sentido? Precisamente porque cada niño es único y distinto es que hay tal cantidad de fracasos escolares, el de todos aquellos que no responden al estándar arbitrario del escolar educado que alguien puso como norte.
Tercero, siempre me he preguntado por qué la universidad pública o privada puede tener autonomía de gestión y diseño curricular, y los colegios no, pese a que en los colegios hay más profesionales de la educación a cargo de la institución que en las universidades. La autonomía escolar a cargo de profesionales de la educación (tan profesionales como los médicos, abogados, contadores, arquitectos o ingenieros que la tienen para su ejercicio profesional) asusta a las autoridades porque les quita el poder de meterse en la vida de otros, porque no se conciben en el rol de líderes sino en el de interventores controlistas autoritarios. En ese sentido, mi aspiración es que algún día quiten el pie del freno y lo pongan en el acelerador. Que dejen de ahogar a las instituciones educativas con protocolos, procedimientos, estándares, regulaciones, tareas burocráticas y les empiecen a dar alas para volar, para innovar, para alentar y difundir experiencias exitosas, para compartir con la comunidad los aprendizajes de unos que pueden convertirse en el beneficio de otros.
Finalmente, al hablar de la formación de docentes me genera mucha tristeza que se hable de ella como una abstracción sin saber para qué concepto de niño o escuela se les está formando. La educación tradicional imagina a los niños desde que tienen 4 años como futuros postulantes universitarios y los encasillan y entrenan desde pequeños en esa dirección. Eso convierte a los profesores en obedientes obreros de la educación, que aplican las recetas que manda un currículo, libros y guías creadas por otros que no conocen a sus alumnos.
Como yo lo veo, los profesores debieran ser imaginados como facilitadores del aprendizaje a partir de los intereses de los alumnos, como investigadores que co-construirán con sus alumnos los proyectos de los que emergerán los aprendizajes, profesionales que ejercerán su autonomía en los quehaceres pedagógicos para proveer de una educación personalizada, que incorporan a sus quehaceres la acogida y cultivo de la inteligencia emocional de sus alumnos.
En suma, mi sueño es que la gran meta de la educación sea planteada como EL DERECHO DE TODO NIÑO Y ADOLESCENTE A TENER ÉXITO y que a partir de eso se defina el rol del estado, las instituciones educativas y los profesionales de la educación.
Sin duda para cada uno el éxito es otra cosa, pero evidentemente requiere como base la satisfacción de las necesidades vitales básicas de cada niño y adolescente incluyendo sentir el apego, la acogida, la seguridad y protección del mundo adulto, a los que se suma el acceso a recursos y la adquisición de capacidades de aprendizaje que le permitan enfrentar los retos del mundo en el que vive, a partir de las características particulares de su ser en lo físico, cognitivo, social y emocional. En función de eso debiera organizarse el sistema educativo que realmente pone a la persona en el centro de su razón de ser.
Como dije al principio, pareciera que no tendremos la oportunidad de ver algo así en nuestro país, pero si al menos algunas instituciones educativas públicas o privadas procurasen aproximarse a lo posible, quizá... en el tiempo... el efecto demostración produzca una voluntad colectiva suficientemente poderosa como para convertirlo en una demanda ciudadana hacia quien quiera que se postule para gobernar el país.
Y si tan solo el Minedu se diera la oportunidad de creer que eso es posible, porque no tenemos nada que perder y mucho que ganar, sería magnífico.
En fin, soñar no cuesta nada.
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